sábado, enero 12, 2019

Rodolfo Serrano

Cuarenta años después
Cuando nos encontramos, cuarenta años después,
te confesé, ya sabes, que habías sido
el amor de mi vida. Tú ya ni te acordabas,
pero tuviste -y siempre es un detalle-
un gesto de cariño. Y me dijiste
que te alegrabas mucho.
Que era un placer sentirse la musa de mis versos.

¡Fue todo tan hermoso! Fue volver a vivir
las noches de la vida, esos instantes
de ginebra y de miel, las madrugadas
de terciopelo y piel y dedos en la sombra.
Seguramente era la ternura de golpe,
recuperada después de tantos años.
Así que sonreí. Y hubiera dado
-lo juro- cualquier cosa por volver
a esos bares de vinos y de sueños.
Y sentir en mi boca tus palabras,
y desear que no hubiera mañana,
que no hubiera mujer como tú eras.
Mas no supe recordar como me amabas.
Me llegaba, lejano y muy difuso,
el sabor de tu carne. El olor que tenías
y que ahora confundo sin quererlo
con otros cuerpos de un tiempo muy lejano.
Debería haberte dicho que aún te amaba,
que nunca te olvidé. Que te he buscado
en los nombres de todas las mujeres.
Que he corrido mil noches por tus venas.
Que me mataste y que yo quería morirme.
Pero allí nos quedamos. Mirándonos los dos,
sabiendo que el amor de nuestra vida
solo dura lo que dura un encuentro
cuarenta años después. Y ya es bastante.


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