
Hay que resaltar la seriedad de sus dos faenas, sin concesiones, arrimándose en ambas de forma apabullante, según acostumbra. Mejor en su primero, más templado y con más dominio de la técnica. En el quinto, su obsesión por el hieratismo mermó a veces su mando sobre el toro. Pero, quede claro, si mata a los dos, al final hubiera estado también en la Puerta Grande. Leer nota.
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