Qué traía Ismael en esa voluminosa maleta con la que apareció en el escenario?.
Antes de poderme hacer siquiera la pregunta, se quitó el sombrero y me engulló. Bajo los focos melancólicos del Gran Teatro se esparcía un imaginario puerto de mar, una lonja en la que trapichear con los sueños; ecos de sirenas de barcos, y también de las de cola más abajo del cinto, rumor de olas e imaginario olor a sal. Serrano habló tanto como cantó. Mitad y mitad, vamos. Embelesó de principio a fin con su discurso fino y hábil, de oratoria propia de poeta, escritor y filósofo, de encantador de serpientes, agasajado luego por una legión de seguidores capaces de hacer cola tras los bises para saludarle, bajo el mucho frío de una medianoche de diciembre. Leer nota.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario