jueves, noviembre 05, 2009

Francisco Ayala

Una inteligencia brillante.
He compartido algunos momentos con él, sobre todo cuando nos nombraron hijos predilectos de la provincia de Granada. Ahí estuvimos mucho rato conversando. Cenamos, y luego hablamos. Ya él estaba próximo a los cien años. Y a esas alturas de la vida sorprendía sobremanera la lucidez, la palabra ágil, el pensamiento muy claro, la inteligencia siempre dispuesta. Uno parte del principio de que con la vejez hay muchas cosas que se acaban, y es cierto que se acaban muchas pero algunas se conservan, y en el caso de Ayala sobre todo se mantenía algo tan importante como la capacidad de comunicación y el funcionamiento de una inteligencia tan brillante como era la suya. Eso no es incompatible con la vejez, y en su caso no lo era en absoluto: se mantenía vivo, despierto, formidable.
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