«Ojalá los adolescentes hagan copias furiosamente»
Eran tiempos todavía muy difíciles, oscuros y sombríos. Al régimen de Franco le quedaban tres años de vida, casi unas horas tras cuatro décadas de tinieblas. Pero como un toro malherido aún repartía a diestra y siniestra (sobre todo a siniestra) rabiosas cornadas, derrotas enloquecidas que podían llevar a Carabanchel, a la Modelo, ante el temible TOP, el Tribunal de Orden Público.
Herido pero astifino, el morlaco franquista decretaba el silencio, y a la vuelta de cualquier esquina podían aparecer los sociales, y uno, con cara de bueno, con el carné en la boca. Corría el año 1972, por ejemplo, y una cantautor de Barcelona iba a poner cantando unos cuantos puntos sobre otras tantas íes, las de la poesía de Miguel Hernández, aquel pastor rojo, aquel poeta yuntero que había muerto encarcelado en la prisión de Alicante. Leer nota.
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