Pan con miel
gigantesco malentendido. No se trataba de amplificar el sonido sino de poder hacer sentir a cada una de las personas de la platea que les estaba cantando al oído. Eso era lo que más le gustaba: tocar bajito, toda la noche, sentado en un bar o un living, rodeado de un puñado de fieles, y al amanecer, café con leche y pan con miel para todos, pagado de su bolsillo, en algún barcito que mirara al mar en Ipanema. Dice la leyenda que después de aquellas noches ofrecía llevar a cada uno a casa en su auto y que manejaba ignorando todos los semáforos rojos en su camino tal como ignoraba todas las leyes de composición que regían la música brasileña hasta que él agarró una guitarra por primera vez. Crónica aquí.
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