Día del Libro: Cervantes y la modernidad
Vuelves al Quijote y se acumula una lentitud de hojas prensadas, de grabados enormes de Doré ilustrando los ecos del pasaje. El Quijote es el eco del pasaje, y también del paisaje, la salida a la luz después de haber entrado en la Cueva de Montesinos, para poder mirarnos con más fuerza en la revelación de lo que somos. Al Quijote se vuelve siempre o casi siempre, aunque no se tenga el libro entre las manos; porque, de alguna forma, siempre lo tenemos durmiendo en la retina, atisbando los párpados, presionando el envés de lo que no seremos. Sin embargo, el Quijote sí es dueño de nosotros; no tanto de lo que somos, como de lo que ansiamos ser, de esa naturaleza paradójica entre la realidad y el deseo, con la idoneidad de cualquier sueño puesto cara a cara con su revés patético. Somos el Quijote y su angostura, somos la sustancia invertebrada de la España posible, en donoso escrutinio, con su hoguera final. Crónica aquí.
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