El trovador y los hijos del unicornio.
El verano inminente no logra espantar el frío de esta noche de noviembre en Buenos Aires. Es viernes, y por las calles que rodean el Luna Park, lo que más se ven son jóvenes, enamorados de los sueños de revolución de las canciones que acunaron su infancia. También están sus padres, que se emocionan, y en su sensibilidad a flor de piel seguro soltarán alguna lágrima. Por nostalgia, y por convicción también. Aquel joven soldado que sus noches de guardia disparaba melodías con su guitarra en el amanecer de la Revolución Cubana, como una especie de “juglar en la beligerancia” como él mismo se definió, hoy camina, a paso lento pero firme, hacia el centro del escenario, se arrima a la silla y saluda quitándose su sombrero blanco. En retribución, recibe la consigna de siempre: “Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda”. Nota aquí.
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