miércoles, abril 03, 2013

Daniel Serrano

Los Bardem



Yo tuve el honor de invitar a un cigarrillo a Juan Antonio Bardem. Fue en 2002. Poco antes de morir el director de cine presentó su libro de memorias Y todavía sigue, a mí me tocó entrevistarle e hice lo que pude dado que mi cinefilia (o mitomanía) enfermiza me provocó un bloqueo severo que se tradujo en un ejercicio de balbuceo absolutamente lamentable. Compréndanlo, era como tener delante de mí a John Ford, François Truffaut o Federico Fellini. ¡Era el tipo que había rodado Calle Mayor! ¡Y Cómicos y Muerte de un ciclista! Con su elegancia habitual, Juan Antonio Bardem pasó por alto mis estúpidas preguntas, mi impericia y mi bisoñez y me pidió un pitillo, que se fumó mirando al techo y tirando la ceniza al suelo, estando como estábamos sentados en las butacas de una sala de cine. Qué coño, tenía todo el derecho del mundo. Él había inventado el puto cine en este país. Si quería fumar y tirar la ceniza (y la colilla) al suelo estaba en su derecho. Crónica aquí.

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