Brassens
En el mes de mayo de 1953, junto a la puerta de una “cave”, en el Barrio Latino de París, un simple papel escrito a mano con letras grandes anunciaba que allí cantaría esa noche un tal Georges Brassens, totalmente desconocido para ese desorientado muchacho argentino que era yo y que vagaba por París comiendo la ciudad con los ojos, falto de otra clase de alimentación. Epoca existencialista todavía, Sartre andaba por ahí, escoltado por Beauvoir y ambos peleándose con Camus, la expresión “cave” era usual, no necesariamente una cueva ni una caverna y ni siquiera un hueco sino un mero café con un mínimo escenario en el que solitarios y tristes cantantes u otra clase de filósofos en acción entretenían con sus pesares e invenciones a distraídos parroquianos, llenos de un raro sopor, de pesados y sombríos movimientos, la plena posguerra todavía. Nota aquí.
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