El gran Gatsby
No es que la película no se parezca a la novela, sino que la destroza dolorosamente
Un hombre contempla el anochecer en el borde del embarcadero, sobre la inmensidad oscurecida, tratando de apresar con el juego ambarino de su mano derecha un fuego verde diminuto, parpadeante, al otro lado de las aguas. Ha medido el tamaño de su sueño, ha elegido creer que es posible cambiar el pasado y ser protagonista de lo que nunca ocurrió, pero que podrá ser. Ese hombre es Jay Gatsby, que ha vuelto de una biografía secuestrada al derrumbe vital, con esa sombra esquiva asociada a su nombre que es la espuma acuosa de un misterio: me aseguran que es un espía alemán, que ha sacado toda su fortuna del contrabando, dicen que mató a un hombre. Y lo hizo, porque se asesinó a conciencia; pero no en la Gran Guerra, sino en la construcción de un personaje que guardara, en el fondo dorado de sus ricos ropajes, lo mejor de sí mismo. Nota aquí.
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