miércoles, mayo 22, 2013

Jorge Luis Borges

Borges, en estos días.



Borges paga y el taxista le pregunta si necesita ayuda para descender. Responde que no, el escritor; tantea la manija y consigue abrir. Picotea con el bastón y se da cuenta de que el cordón de la vereda no está cerca. Maldice, entre dientes. Como el asiento es flojo y más bien bache que inflado cojín, debe hacer fuerza para erguirse y salir del pozo en el que está como chupado por una acaroinada sopapa de baño público. Exigiéndose, toma envión y, pum, se golpea en el marco de la puerta. No mucho, pero lo suficiente para volver a maldecir (ni insultar, ni putear, aunque está cerca). Nota aquí.

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