Peter el cool.
Llegué al colegio secundario de nuestra Capital luego de una serie de contratiempos que se habían extendido a lo largo del año. Mi primera visita se suspendió porque habían tomado el colegio. La segunda, se habían preparado para recibir a otro escritor. La tercera se había enfermado el profesor. Por eso aceptamos ambas partes reunirnos el pasado lunes de este tórrido diciembre, en el que los rebeldes del invierno habían devenido en condenados a terminar las clases en el Infierno. Nunca me abandona la sensación, cuando regreso a un colegio secundario, de que por algún tipo de confusión burocrática aún debo una materia y estoy allí para rendirla. Ni la sensación de alivio cuando abandono finalmente el claustro. Crónica aquí.
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