Reconocer a Alberto Ballesteros
Hay que reconocer a Alberto Ballesteros, distinguir el perfil de su fotografía con el cuello elevado a lo Jacques Brel y las botas de Dylan caminando el espíritu. Algo hay de Cohen en la poesía quimérica y vital de Alberto Ballesteros, en su manera de fajarse en el tiempo de estudio sobre la realidad, en una percepción que se agiganta en el paso nublado entre ciudades cada vez más ausentes, más convertidas ya en su propia música y su ritmo, en su respiración. Alberto Ballesteros –www.albertoballesteros.com-, que acaba de inaugurar el crowfunding para su nuevo disco El mundo encima, sabe asimilar el tacto de la vida, como si las yemas de sus dedos tuvieran la memoria emocional de todo cuanto tocan, del aire más salino en su conversación endiablada y ligera, con una densidad que se compensa en el humo y la risa, que escribiría Sabina Con la frente marchita. Este cantautor es el mapa urbano de sus últimos viajes: Sheffield, primero, pero también Berlín y, sobre todo, este Madrid que amamos en su fiebre de cañas en las barras mundanas, con el pulso agitado si la calle reclama, al incendiarse, un pedazo de ti. Alberto es el fulgor de ese pedazo, esa congestión en la postura que despliega la fuerza natural del asombro dentro del Libertad, cuando se sienta y arma la guitarra como un puente invisible a un lado incierto, de largas carreteras a través del desierto. Crónica aquí.
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