Un mosaico tajeado por montes y chacareras
El músico, fallecido hace casi seis años, tornaba mágico su violín sachero, pero además fue un persistente defensor del quichua, un idioma tan ancestral como su rostro. Fue parte crucial de De Ushuaia a La Quiaca, de León Gieco.
“Don Sixto Palavecino
gato escondido de amor
cuando escucho tu violín
Santiago es como una flor...”
(“Don Sixto Palavecino”,
de León Gieco)
gato escondido de amor
cuando escucho tu violín
Santiago es como una flor...”
(“Don Sixto Palavecino”,
de León Gieco)
Si, como dijo alguna vez Víctor Heredia, Mercedes Sosa tenía el rostro de América, pues entonces don Sixto Doroteo Palavecino tenía el de una parte muy importante de ella: el del NOA argentino, el norte más sureño de Sudamérica. Su rostro, que tanto como su ser total cumpliría hoy cien años, podría ajustarse tranquilamente a tal edad biológica y a su vez expresar el rostro colectivo, atemporal, de una región humana ancestral. Un color marrón, el color de América, también. Un pelo duro, difícil de adiestrar incluso para él, que algo sabía del tema (además de cantor, poeta, lingüista y “violinisto”, era peluquero); unas cejas anchas, frondosas como pastizal; una mirada serena; y una piel curtida, rajada, como si se espejara en ella un mosaico tajeado por montes, chacareras, arideces y soles fuertes. Nota aquí.
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