Javier Krahe, el hombre que pudo reinar
Es difícil saltarse la unanimidad en el elogio a Krahe y este artículo no será la excepción. Krahe era un genio, sin matices. Quizá no lo fue toda su vida pero lo fue el tiempo suficiente como para quedarse en la memoria de al menos dos generaciones. La última vez que le vi, en una fiesta posterior a un concierto de Joaquín Sabina, le recordé que cuando tenía ocho años perseguía a su hija Violante por su chalet de Ciudad Jardín y le pedía matrimonio. La cosa pareció hacerle gracia, aunque no sé si me recordaba a mí o si simplemente recordaba mi estatus: el sobrino de Pancho, el hijo de Gloria.
De Krahe eran las primeras canciones que escuchaba en aquel "Si yo fuera presidente" donde se consolidaron los músicos de La Mandrágora, cortesía del enorme Tola, el omnipresente y calmado Tola. A mí deberían haberme gustado las de Sabina pero me gustaban las de Krahe porque eran más divertidas y a los diez años eso es todo lo que importa. Krahe, además, tenía ese punto que me recordaba a mí: no era tu mejor amigo pero sabía cuándo no molestar, una virtud poco reconocida. Crónica aquí.
De Krahe eran las primeras canciones que escuchaba en aquel "Si yo fuera presidente" donde se consolidaron los músicos de La Mandrágora, cortesía del enorme Tola, el omnipresente y calmado Tola. A mí deberían haberme gustado las de Sabina pero me gustaban las de Krahe porque eran más divertidas y a los diez años eso es todo lo que importa. Krahe, además, tenía ese punto que me recordaba a mí: no era tu mejor amigo pero sabía cuándo no molestar, una virtud poco reconocida. Crónica aquí.
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