Ya no quiero encontrarte, Camilo
El muro del Malecón sabe a sal y es áspero al tocarlo. Sobre él, con el uniforme escolar salpicado por las olas, lanzaba cada octubre de mi infancia un ramo de flores hacia el mar. El homenaje iba dirigido a un hombre que había muerto quince años antes de mi nacimiento. Su rostro estaba en los murales y en los libros escolares, con una enorme sonrisa bajo un sombrero alón. Eran los tiempos en que aún soñábamos con encontrar a Camilo Cienfuegos.
La historia repetida hasta el cansancio, en los matutinos y la propaganda oficial, hablaba de una avioneta desaparecida mientras el Comandante volaba entre las ciudades de Camagüey y La Habana. Para los niños de mi generación se trataba de un enigma casi mágico. Creíamos que un día lo hallarían, jaranero y barbudo, en algún lugar de la geografía cubana. Era cuestión de tiempo, pensábamos. Crónica aquí.
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