domingo, junio 12, 2016

Joaquín Pérez Azaústre

Feria del Libro


La Feria del Libro nos devuelve una identidad perdida en los andenes de los días sin márgenes, con la alergia en el polen despierto de los ojos ante la sorpresa de vivir. Es hermoso volver al Retiro y encontrar otra vez esas mismas casetas, las editoriales que se vuelcan sobre una multitud que pasa y mira, pero también se para y se demora en ocasiones para ver si detecta, entre los autores y los títulos, entre la sucesión de rostros y de nombres, expectantes desde el interior de la pecera que es una vigilancia del paseo, su íntimo fulgor de identidad, ese resto de brillo solapado que te identifica con un título, con su argumento y con su ensoñación, con la seducción de una portada y la caricia nítida del tacto, porque cada uno de nosotros guarda en su interior un relato propio que puede ser nombrado, y hasta desarrollado por los otros; y ese instante de encuentro es la plenitud del libro, que surge y se incorpora al rito de nuestra biografía: es nuestro paso. Crónica aquí.


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