viernes, diciembre 02, 2016

Luis García Montero

En la muerte de Marcos Ana

La memoria es una casa sin distancias precisas situada entre la vida y la muerte. Si consideramos el vértigo de la realidad, quizá se trata más bien de un refugio con ventanas abiertas para mirar el mundo y ver cómo sucede el tiempo entre las manos quebradizas del presente. En los sótanos de la memoria habitan los entusiasmos, las heridas, las obsesiones y las causas últimas del miedo. En el salón de estar se conforma eso que llamamos nuestra identidad.

El vértigo de esta semana de finales de noviembre se llama muerte. Yo pensé dedicar este artículo al espectáculo desolador desatado por fallecimiento de Rita Barberá. El sentimiento de silencio trágico y respeto que provoca cualquier muerte quedó pronto superado por la falta de escrúpulos de una derecha española sin límites. No sólo fue capaz de culpabilizar de la muerte de la exmilitante del PP a los ciudadanos que han intentado luchar contra la corrupción en la vida pública española, sino que impuso en el parlamento un minuto de silencio consagrado a un personaje turbio. Nada hay más desmoralizador que las perversiones de la política aseguradas en su propia impunidad. Nota aquí.







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