20 años de “Atrapados en azul”
Hace veinte años vivimos atrapados en azul. Realmente era otro tiempo, también otro fulgor: no parecía que nadie se impacientara esperándonos en casa, pero sí que había un mundo ebrio de sensaciones que iríamos anotando en la página en blanco de la piel. Recuerdo algunas tardes de 1997, cuando me subía al trastero de mi casa, en Córdoba: una especie de torre no exactamente de vigía, sino de protección de uno mismo. Allí arriba, con esa ventana abierta a la sucesión de azoteas de Ciudad Jardín, con las antenas de televisión y los tendederos de ropa hinchada por el viento, he visto los atardeceres más definitivos de mi vida. Allí arriba soñaba, allí mismo era yo –todo lo yo que puede uno ser con dieciocho o diecinueve años, es decir: todo-, escribía, levantaba pesas entre mis viejos posters ochenteros de baloncesto –Magic Johnson, Michael Jordan, Fernando Martín y Jordi Villacampa a tope-, leía y escribía. Y, por supuesto, escuchaba música. Mucha, pero muy hermanada: Silvio Rodríguez, Víctor Manuel, Serrat, Sabina, Pablo Guerrero. Cuando escuchaba Oh melancolía de Silvio, realmente estaba en Cuba. Con Víctor Manuel, en Asturias, en esa romería que también me esperaba. Con Sabina, en Madrid, que antes o después –entonces parecía que muy tarde- tendría que ser mi escenario, y con Pablo Guerrero, un tiempo en que los jóvenes podían dar la mejor medida de sí mismos, mientras esperaban que lloviera A Cántaros. Nota aquí.
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