Poeta en L.A., cómo volver si estoy muerto
Vienen a por ti, te ha dicho esta noche Luis Rosales. Y entonces sin libros, sin maleta y con un pasaporte falso te meten en un coche hacia Alicante, y allí, una vez consumada la derrota, embarcas rumbo a Méjico. No volverás, tú ya lo sabes. Ya en el DF, después de los primeros abrazos compatriotas, de los paseos sin rumbo por la Alameda, te sientas a beber con los propios a lamerte las heridas, pero alguien dice, con el vapor de los tragos, mientras otros mueren, nosotros de vacaciones. Entonces cruzas de nuevo la frontera, ahora hacia de San Diego, California. Olvido. Sexo y olvido, alguna risa forzada, droga en el Martini. Tumbarse al sol de Santa Mónica. Mirar cómo pasan los morenos uniformados, gritar en español y puño en alto, ¡músculo contra el fascismo! Acudir a las fiestas del brazo de María Félix y Rita Hayworth, ganarte la vida escribiendo guiones para Hollywood. Comedias ligeras, pequeños melodramas, algo banal, alimenticio. Porque tú has venido a Los Ángeles a sajar el tuétano de la máquina. Nota aquí.
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