Jinete a lomos de un caballito del diablo.
En los últimos años de su vida parecía José Bergamín un esqueleto vestido de paisano, un fantasma con aires de ingravidez cansada que en cualquier momento pudiera ensayar una pirueta mortal en el aire y desvanecerse, dejando como rastro, a lo sumo, un montón de huesos transparentes y brillantes, como cristales rotos. La ropa se le ajustaba al cuerpo como si se la hubiesen tirado desde un balcón. Nota aquí.
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