lunes, enero 29, 2018

Benjamín Prado

España es un escenario en el que la comedia le roba el sitio al drama.

“Quien cierra los ojos para no saber, nunca sabrá qué es visible y qué invisible”.

“Según todas las pruebas, morimos para siempre”, escribió el poeta Blas de Otero, y esa es la única cosa de la que todos podemos estar seguros. El resto es variable, dudoso y, nueve de cada diez veces, incomprensible. La realidad es siempre dos cosas: lo que sucede y cómo te lo cuentan; es opcional porque basta con mirar para otro lado cuando lo que tienes delante no te gusta o te da miedo; y, sobre todo, es interpretable. ¿Qué es lo que de verdad importa de todo lo que pasa? ¿Cuál elegimos para tema del día? ¿Qué va a dominar los titulares y las conversaciones? Abres un periódico, enciendes una radio o una televisión y ves en primera plana, como argumento de salida, al candidato a presidir otra vez la Generalitat, sacándose a sí mismo en procesión por Copenhague, para repetir allí que España no es una democracia y llamar franquista a todo el que no comparta sus opiniones; y en lo que queda de informativo, ya te cuentan los informes sobre los trabajadores de nuestro país y sus condiciones laborales, y entiendes qué somos: un escenario en el que la comedia le roba el sitio al drama. Nota aquí.


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