Mi padre se peinaba con el pelo hacia atrás. Yo lo admiraba. Tenía el cabello gris. Y la sonrisa un poco apesumbrada.
Le recuerdo a menudo, su cojera de frío y el beso que me daba al encontrarnos.
Ahora son mis hijos los que ponen su boca en mis mejillas y me siento lo mismo que mi padre: vencido y tan contento de comprobar que la vida se repite en un beso al que nunca daremos importancia.
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