martes, septiembre 25, 2018

Javier Rodríguez Del Barrio

Termómetro de mercurio

Las mujeres de mi familia
se han mirado en el espejo,
no solo para corregir el mechón desordenado,
pasar la yema de los dedos por el rostro
-ajustar el maquillaje-
o sonreír diciéndose “ya estoy lista”.

También lo hicieron,
para tragar saliva tras el azogue
como único espacio opaco del mundo;
contener lágrimas, todo está bien, algún crucigrama de mi madre, mercromina...

Aún recuerdo el armario del baño
en el que se mezclaban pintalabios,
rímel, alcohol, tiritas, agua oxigenada
y la voz de mi abuela:
“Si te pica la herida,
es que se te está curando.”

En ese espacio,
conservo un termómetro de mercurio
que alberga su mirada
como bola de nieve
y que a veces giro.

Recuerdos en suspenso,
reloj de arena.


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