Un balcón con vistas a mí
En busca de un piso con mucha luz
Cuando me mudé de piso, hace un año y medio, buscaba uno con mucha luz, nada de ruido y, a ser posible, con un balconcito de esos madrileños tan típicos donde apenas cabe una mesita con una planta y una silla y pasan las horas algunas tardes de primavera, tranquilas. En mi piso anterior, en Lavapiés, tuve suerte: mi vecino de enfrente, que vivía en un salón con una biblioteca envidiable, tocaba el saxo cada tarde. Era un placer absoluto escucharlo después de comer, en ese momento en el que el tiempo se ralentiza. Un par de bloques más allá, vivía una señora mayor que salía todas las mañanas a su balcón a tirarles migas de pan a los pájaros. Era fácilmente reconocible, ya que los llamaba con una voz aguda y conversaba con ellos mientras los alimentaba. Seguramente recibió más de una queja, pero a mí me pareció siempre una estampa entrañable, cuidadosa. Recuerdo también a la anciana que vivía enfrente y veía la televisión por las noches a un volumen por encima de las posibilidades de cualquiera, hasta el punto de que los vecinos propusieron recaudar dinero para regalarle un audífono. Según me contó la mujer del piso de abajo, vivía sola, estaba sorda y no tenía hijos. ¿Qué habrá sido de ella?. Nota aquí.
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