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Luis García Montero está en Argentina. Para aquellos despistados que no sepan de quién se trata, es POETA (así, con mayúscula; quizá el mejor de los tiempos que corren), ensayista, novelista, catedrático, actual director del Instituto Cervantes y gran amigo de Joaquín Sabina, a quien empujó a volver al ruedo cuando el cantante estaba sumido en una depresión profunda.
Conocí a Luis en 2002. Él había ido a Mar del Plata, en uno de esos viajes que hacen los escritores consagrados, y lo entrevisté para un diario de aquella localidad. Ocho años después, el editor español de “Tras las huellas del capitán Sabina” me preguntó quién me gustaría que me acompañara en la presentación madrileña. “Lo ideal sería García Montero”, le dije, pero aclaré que sabía que mi deseo –por pretensioso– era casi imposible de concretar. Luis, en esos días, estaba de paso por Islas Canarias, donde vivía mi editor, quien lo cruzó en un ascensor, le dio una copia del libro y le explicó todo lo que pudo en un minuto. El poeta quedó en contestar. En su vuelo de regreso a Madrid, leyó el texto. Al aterrizar, llamó y dijo que me acompañaría en la presentación. El 14 de junio de 2010, fecha imborrable en mi memoria, compartimos la velada y él soltó palabras bellísimas que atesoro en el baúl de los buenos recuerdos. Un par de años después, nos volvimos a ver en los Madriles, bebimos gin-tonic junto a Carolyn Richmond (viuda del escritor Francisco Ayala), me invitó a su casa, me obsequió una primera edición de Pablo Neruda (“Las manos del día”), me presentó a Almudena Grandes… Luego hubo otro encuentro en Mar del Plata (donde, gracias a él, conocí a otro gran poeta: Carlos Marzal), nos vimos en Resistencia y también en Buenos Aires. Crónica aquí.
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