miércoles, mayo 22, 2019

Luis García Montero

Azaña, una pasión española


Los historiadores de la literatura deben tener la precaución de no interpretar el pasado con los valores de su presente. Es poco objetivo identificar sin matices las inquietudes de hoy con la realidad de Cervantes, Jovellanos o Rosalía de Castro. Pero la literatura no es una crónica histórica, está hecha para ser habitada, para que los lectores hagan suyos los sentimientos y discutan las palabras como si fuesen un asunto propio. Así que la apropiación indebida del pasado es lo más natural, aquello que logra con su energía el buen artificio literario.

Diderot nos enseñó que la verosimilitud en el teatro no es fruto de la espontaneidad vital, sino de la vitalidad trabajada en las formas de la representación. De esa paradoja viven las emociones literarias. Y las emociones, los mestizajes entre el pasado y nuestro presente, son poderosas cuando las historias de ayer se rozan con el pan de hoy. Las inquietudes, por ejemplo, de Unamuno y Azaña nos abren los ojos de una manera significativa a la realidad que vemos pasar cada mañana por los medios de comunicación. Nota aquí.



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