El anuncio de la disolución de Extremoduro ha caído igual que un misil entre las varias generaciones de españoles que han crecido con el lírico rugido de Robe de fondo. Al poco de conocerse la noticia, las reacciones en redes sociales semejaban una larga elegía. Como una de esas mágicas corrientes de hermandad que se generan en los conciertos, miles de personas compartieron la misma inquietud: «Joder, ya no voy a volver a disfrutar de un nuevo disco ni a verles tocar». A lo del disco sí que parece que va a haber que hacerse a la idea ―aunque la vida tiene muchas paradas y ya apuntó el clásico que nunca digas nunca jamás―, pero lo de verles sobre un escenario sí va a poder ser: Iñaki Antón y Roberto Iniesta ofrecieron una rueda de prensa en Madrid para anunciar una gira de despedida que arrancará en mayo del año que viene. Por el momento, doce conciertos en ocho ciudades. Las entradas ya están a la venta.
Para muchos, la alegría, que sin duda lo es, no deja de saber a muy poco. Porque vale, bien, podrán ver una vez más a sus héroes en acción, interpretando sus más célebres composiciones, pero ¿y después qué? No nos engañemos: la noticia de la retirada de un artista de gran reconocimiento, como es el caso de la banda que nos ocupa, va siempre acompañada de la revisión del vínculo emocional que cada cual ha mantenido con él, y si este ha sido estrecho, la sensación de orfandad es inevitable. Nota aquí.
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