No quiero ser audiencia
La ambulancia llega al hospital por la entrada de urgencias. El accidente grave arroja a la orilla de la noche un cuerpo con una fractura de cráneo, una oreja desgarrada, una costilla incrustada en un pulmón, otras cinco rotas, la pierna derecha destrozada y la pérdida de la mano izquierda. En un estado de extrema gravedad, los médicos reciben al accidentado y a unos familiares que preguntan por el día en el que podrán darle el alta, en plenas facultades, con todos los extremos en perfecto estado. Preguntan por la cabeza, el pecho, los brazos y las piernas, piden una solución para cada una de las desgracias. El médico sugiere calma: lo primero que deben intentar es mantener las constantes vitales. Vamos a tratar de estabilizarlo, dice, y empuja la camilla por la luz trabajada de un pasillo que no se parece al escenario de las soluciones, sino al túnel del tiempo. Y pide a los familiares que se sienten en la sala de espera.
Hay situaciones graves que no requieren soluciones, sino estabilización, evolución, espera. Y no se trata de acomodarse en la parálisis, sino en dejar que las constantes vitales recobren su curso. En mi carta de buenos deseos para el 2020, miro a Cataluña, Puigdemont, Reino Unido, Johnson, Estados Unidos, Trump, Brasil, Bolsonaro, Italia, Salvini, Francia, Le Pen, otra vez a España, Abascal, y pido la estabilización de las constantes vitales de la democracia. Nota aquí.
Hay situaciones graves que no requieren soluciones, sino estabilización, evolución, espera. Y no se trata de acomodarse en la parálisis, sino en dejar que las constantes vitales recobren su curso. En mi carta de buenos deseos para el 2020, miro a Cataluña, Puigdemont, Reino Unido, Johnson, Estados Unidos, Trump, Brasil, Bolsonaro, Italia, Salvini, Francia, Le Pen, otra vez a España, Abascal, y pido la estabilización de las constantes vitales de la democracia. Nota aquí.
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