Mientras te escribo.
Diabético por mi dulce caracola
no quise ver la ventisca del nuevo amanecer.
Embriagado en mis cantos de sirena
no entendí el graznar de los cuervos amarillos,
tan distantes y lejanos como el portazo del telediario
y su gélido estruendo de realidad.
Aún así, ahora más que nunca,
le rezo a tu abrazo adolescente,
al primer beso hambriento y furtivo,
al descubrimiento del nuevo continente del sexo,
a la primera mañana junto a ti,
al llanto de las primeras flores de nuestras primaveras,
a los cánidos lametazos de la infancia,
y a todo aquello que siempre di por hecho
y que ahora es nostalgia en esta mañana de apocalíptico silencio.
Completo aquí.
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