domingo, octubre 04, 2020

Rodolfo Serrano

La tartera mágica
Yo era un niño moreno y muy delgado.
Me recuerdo aún con una cierta
ternura -alguna herida abierta-
esperando a mi padre en el camino,
cuando todas las tardes él venía
de trabajar del sol hasta el crepúsculo.
Doy gracias a los dioses que me dieron
el don de recordar. Por eso ahora
veo venir a mi padre en bicicleta,
con ese olor a sudor que todavía
me corre por el alma y la memoria,
dulce como el perfume de los pájaros.
Mis hermanos y yo reíamos felices
mientras él nos alargaba la tartera
en la que siempre había sobrado algo:
algún pimiento frito,
algún trozo minúsculo
de filete empanado o de tortilla.
Mi padre nos miraba, serio y tierno,
mientras íbamos andando hacia la casa,
disputándonos, entonces sin saberlo,
su corazón que llenaba la tartera.
Muchos años después, algunas veces,
he llorado de amor al recordarlo.
Y he acariciado en esas ocasiones
esa tartera mágica
que siempre nos traía
esa gloria bendita de los pobres.
Ahora no lo sé. Pero de niño
sospeché que mi padre,
igual que el Nazareno,
sin duda, había aprendido -bueno y sabio-
a multiplicar los panes y los peces.


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