El planeta Marsé
«Los hombres y mujeres de Marsé esperan todavía una oportunidad»
Los hombres y mujeres del planeta Marsé esperan todavía una oportunidad. La aguarda el niño inquieto que ve llegar al barrio a un desconocido, en Un día volveré, sin saber que se trata de su tío Jan Julivert, ese legendario boxeador, guerrillero y atracador de bancos, que seguía siendo un héroe mitológico en las sombras volubles de una guerra que en el Guinardó ya sólo era un humo de silencio y juegos infantiles. La espera también Juan Marés, en El amante bilingüe, cuando lo abandona su casi aristocrática, voluptuosa y atractiva mujer, y entonces se decide a volver a nacer como Faneca: un charnego faltón, pero con elegancia abrupta en su carácter algo atrabiliario, en el que se desdobla también la identidad del propio Juan Marsé/Marés, pero que, en cualquier caso, con un artificio de apariencia y de brutalidad, confiaba en poder reconquistarla convirtiéndose en otro. Ese amor perdido que persigue Faneca/Juan Marés disfrazándose de un hombre que no es, esa ambición un poco Gatsby de reedificar un personaje desde las ruinas de la realidad, no es otra cosa que el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa desde el ángulo inverso: en vez del chulazo que trata de pasar por un pijín de la burguesía barcelonesa colándose en las fiestas con jardines y altos torreones, es un hombre ya maduro, pero perteneciente también a ese mismo mundo, el que decide convertirse en un nuevo Pijoaparte, con ese punto tosco de beligerancia y descaro, pelo abrillantado y un parche cruzándole la cara, no para lograr acceder a la fiesta, como el Pijoaparte cuando se cuela en ella, sino para volver a entrar. Nota aquí.
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