jueves, julio 30, 2020

Rodolfo Serrano

Noche en la aldea

Hace una noche espléndida. Relucen
muy lejanas las luces de los pueblos,
igual que estrellas rojas. Por el campo
se escuchan esquilones y ladridos.
Un cárabo, en la higuera que hay enfrente
repite una advertencia milenaria.

Está ya todo en paz. En la farola,
se estrellan los insectos. Por la calle
pasa un niño corriendo. Se despierta 
este recuerdo dulce de otro tiempo, 
cuando el mundo era joven y tenía
la exacta proporción que habita el hombre.

Me entrego a la quietud que me rodea.
En la terraza leo 
-no sé ya cuántas veces-
a Don Ramón. El Marqués, feo,
católico y sentimental, 
me habla de Concha.
Y de su amor maldito y desgraciado. 

Escucho sus palabras. Y me cuenta
de esas pasiones fieras y adoradas,
las que todos soñamos.
Le escucho mientras canta
el placer del pecado y rememora
los jardines umbríos del palacio. 
El universo de meigas y conjuras, 
las iglesias oscuras y los cuentos
de muertos y de almas en pena 
recorriendo los montes y caminos.

Me susurra tantas cosas en la noche.
Y, sobre todo, 
amigo Bradomin, qué razón tiene: 
lo que importa no es ser primer amor.
Es ser el último.



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