He amado a demasiadas mujeres
-no hablo de sexo-
como para no reconocer en cada una de ellas
el rayo fugaz de las anteriores,
adivinar el cóncavo espejo
que compone toda historia de amor,
y su pertinente tarde de lluvia.
Amor tras amor,
también procuré que la sombra no partiese de mis pies,
que no todo fuese a vida o muerte;
pero la calle aún continúa en obras
y decir lluvia es decir pasado,
cuando ya todo es definitivo en la nocturna ventana de un hospital.
Vivo y escribo de forma póstuma.
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