El Cadillac de segunda mano
A Alberto Viertel.
In memoriam
Fue hace ya muchos años. Tú tenías
un BMW blanco en el que recorríamos
las noches más oscuras,
el corazón salvaje de aquella Barcelona
de los años 80.
Bebíamos gin-tonics de ginebra Giró
y, luego, ya borrachos, maldecíamos amores
y a mujeres amadas que nunca nos amaron.
Una de aquellas noches, y ya de madrugada,
nos fuimos a buscar
al Tibidabo el Cadillac del que hablaba Loquillo.
Aparcamos debajo de las mismas palmeras.
Junto al Merbeyé. Y a mis pies tu ciudad.
Entonces te hablé de ella, y de aquel nombre amado.
Y te dije que siempre soñé con despertarme
en aquel coche mágico.
Y aspirar el perfume de una rubia cualquiera
que sintiera conmigo
esa misma tristeza del sexo apresurado
en todos los asientos traseros de los coches.
Lo mismo que Loquillo, me fumé algún cigarro
mirando la ciudad.
Estaba Barcelona espléndida y hermosa
desde la carretera del Tibidabo. Luces
a lo lejos. Sentía
en el pecho como un dolor muy suave.
Era dulce nostalgia de un cuerpo ya recuerdo,
apenas ya recuerdo de la dicha y la gloria,
de la carne y la sangre
que jamás fueron mías.
Dejamos la curva del Tibidabo.
Por las calles desiertas, húmedas de tristeza
volvimos sin hablarnos.
En el coche sonaba, atronadora y trágica,
la Carmina Burana.
Entonces te lo dije:
“En noches como ésta no hay nada como
un viejo Cadillac de segunda mano”.
Chirriaban las ruedas del BMW blanco
en el asfalto sucio,
al coger La Diagonal.
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