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Quinito,
Buó… piantaste. Creo que no me engaño si pienso que ya te querías ir. Hace un rato ya que querías hacer este viaje. No sé, me parece. Te fuiste desconectando de a poco con el acá y, quizá, conectando con el allá. Qué sentirás ahora, me pregunto. Siempre fuiste agnóstico. ¿Seguirás siéndolo? Buó (como decías vos)… Me quedo con nuestras charlas bien regadas con vino tinto, tus dibujos sabios, tus libros, tu humildad. Mirá que cambiaste el mundo con tus dibujitos, eh! Lo mejoraste bastante. No, no alcanzó. Nunca alcanza. No hay témpera blanca que lo corrija! Pero no es poco. Hace mil años que dejaste de dibujar y La Mafalda sigue hablando, dele que te dele. ¡Y tus páginas! Filosofía y poesía. Crítica feroz y ternura. Un pibe de 8 años y un viejo sabio en los mismos zapatos. Que se preguntaba qué habrán hecho algunos pobres sures para merecer ciertos nortes, y también, adónde van tan apurados los perros que pasan ligero por la vereda, ¿les cierra el banco? Bueno, Quinito, no te entretengo más. Esta noche descorcho un vino de los buenos y brindo por vos. Gracias por las emociones. Gracias por la franqueza, la amistad y por el cariño. Te quiero. Me voy a hacer la tira de mañana. Hablamos más tarde.
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