martes, noviembre 03, 2020

Café Comercial

La barra mítica del Comercial

En el Café Comercial tuvo podio de quietud Antonio Machado, y ahí escribía, hasta hace no tanto, durante las largas tardes pacíficas, el poeta Tomás Segovia, quizá el último poeta que se iba a perpetrar endecasílabos en medio del folclore de diversa tribu de quienes va a merendar. Hablamos del más antiguo Café de Madrid, más allá del Gran Café de Gijón, o del café Pombo, donde hacía equilibrismo de bohemia Gómez de la Serna, o del café Lyon, donde César González Ruano asentó su oficina de escribiente.

El Comercial siempre superó su carácter de gran café de tertulia, con prólogo o epílogo en la mítica barra de medio desperezo, una barra de tapeo que se abisma desde los ventanales gigantes a la Glorieta de Bilbao, donde sucede a todas horas el gentío más o menos alborotado que va a Malasaña, o viene de Chueca. De modo que el café Comercial siempre ha sido un cruce de café y barra, de tertulia y cita, de vermú de tránsito y coñac de demora, todo presenciado por una puerta giratoria de acceso o salida, la misma gloriosa puerta giratoria que un día atravesaban Gabriel Celaya o Blas de Otero, en dúo conspiratorio, o bien Leopoldo María Panero, solo como una lápida, que solía llegar al local ya borracho de otros sitios. «Bibir es beber con los que viven», eso arriesga un verso de pericia del poeta Rafael Soler, que no es sólo un lujo de decoración sino el lema alto de un templo de la vida mejor, que incluye bodega. Soler, por cierto, es culpable de la resurrección de El Comercial, que cerró en el verano del 2015, insólitamente, para reabrir dos años después. El empujó un proyecto de renovación que hoy funciona espléndido. Nota aquí.



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