Cosas duras
Alguna tarde de estas encontrarse
en un café cualquiera,
después de tantos años y de tantos
amores de por medio.
Esa incomodidad de las palabras,
ese gesto a medias para un beso
que, al final, se nos queda en solo un roce.
La maldita y absurda
sensación de que todo ha sido un fraude,
y que aquello que entonces
creíste que era eterno
es un formal saludo y poco menos.
Las promesas más firmes y el hastío,
la educada sonrisa y las preguntas
por familiares y amigos
que apenas si te importan una mierda.
Y luego, al fin marcharos, prometiendo
que os llamareis sin falta
cualquiera de estos días.
Ya lo sé, aseguran que estas cosas
son muy duras. Y más cuando te toca.
A ver si aprendes, amigo, que, aunque duela,
hay recuerdos que mejor no recordarlos.
(Valga la redundancia en este caso).
Pero, puestos así,
y puesto a decir todo,
es más duro, después de tantos años,
recibir un mensaje en el teléfono
que diga simplemente:
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
(Con arbolito que se apaga y que se enciende).
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