Tren a Lisboa
La noche de Lisboa se caía en tus ojos.
Amenazaba lluvia en un cielo empedrado,
y, a la luz amarilla de aquel café del puerto,
bebimos el alcohol de los días perdidos.
Era invierno en aquella ciudad tan soñada.
Llegaba de la calle, solitaria y oscura,
el perfume a marea, a salitre y a brea.
Y ese rumor lejano que tiene la añoranza.
Éramos entonces muy jóvenes y hermosos,
y brillaba en nosotros esa dulce belleza
de los amores nuevos, la ansiedad infinita
de los que tienen todos los deseos urgentes.
Era hermosa la noche. La luna acariciaba
dulcemente las nubes cuando los dos salimos
a fumar un cigarro de soledad y frío.
El río, tan cercano, era un fado de sombra.
Nuestro mundo empezaba entre el agua y los sueños.
Vivíamos los años de los amores fieros,
y andábamos deprisa con el alma en las manos.
Pessoa era un suspiro de versos en el aire.
Volveremos de nuevo, te dije. Y ahora mismo
daría la vida entera por encontrar tu nombre
en las viejas agendas y llamarte y decirte:
Hay un tren que nos lleva esta noche a Lisboa.
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