Hospital
Tristeza de hospital
en estos días
sin nubes y sin aire.
Soledad emboscada en los pasillos,
desolación
de aceros y aspirinas.
Angustia en el bolsillo de los médicos,
miedo de los enfermos,
los latidos
de máquinas de nervios electrónicos.
Un olor a dolor y ese sabor metálico
que sientes cada tarde
cuando sube la fiebre.
Imposible esperanza de las sábanas,
un quejido lejano,
los susurros
de noches sin estrellas,
la palidez de agujas en la sombra.
La sensación mortal de estar vencido.
Y fuera, ¿qué será?
¿Estarán los campos
abiertos y soñando primaveras?
¿Florecerá el almendro?
¿Y la abubilla
saltará en el asfalto de la calle?
¿Y tú dónde estarás?
¿En esos bares,
discutiendo de política o de libros?
¿O viendo atardecer
desde el viaducto,
con esa tentación que siempre tienen
los ángeles rebeldes que han perdido
sus alas en el fuego?
Fuera estará la vida.
como un beso
que muerde con su rabia la tristeza,
recorre las esquinas,
le echa un pulso
al dolor que destroza nuestra carne.
Estará entre el aullido de automóviles,
entre la gasolina y el desastre,
en todas las canciones
que gritan los borrachos,
en medio de la niebla, de la mano
de todas las amantes
que un día nos dejaron.
Y ahora, en esta limpia
tristeza de hospitales,
precipitada sangre de otros días
me corre por las venas,
se derrama
en la dorada tarde de los años.
Y pienso que no importa
que hoy, de nuevo,
la vida me acaricia con tus manos.
Aunque esté yo tan triste y tú tan lejos.
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