Hay toxinas en cada residuo emocional,
en cada cicatriz donde una vez latió abierta la herida.
Desinfectamos con prisa,
sin paciencia,
con demasiado algodón y escasa luz oxigenada.
Pero la sangre no olvida.
Hierve, intensa, en el latido de los días.
Escuece, caprichosa, en el silencio de la noche.
Supura memoria.
Y lentamente infecta de nostalgia,
sin piedad ni compasión,
este frágil corazón deshabitado.
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