Aquí viví yo en Villamanta. La casa está restaurada y la calle que, entonces, estaba empedrada. Yo recuerdo a mi abuelo Perico empedrando esta calle o arreglándola cuando se quitaba alguna piedra.
De esta casa hablo en este poema:
La carga de leña
Iba con mis hermanos al Vedao a por leña.
Eran tardes de octubre con el viento de otoño.
Entre jaras y encinas, la placidez del monte.
Nuestras risas saltaban por los secos barrancos.
Volvíamos ya cuando el sol caía muy lento
en los cerros lejanos. El frío recorría
las calles y en la iglesia llamaban a novena
con toques de campana en la torre del pueblo.
La madre colocaba en el hogar la leña.
Y al amor de la lumbre nos sentábamos todos,
alegres como el fuego que ardía en la cocina.
Padre estaba muy lejos, trabajando en la obra.
En la calle caía la noche como el plomo.
Y madre preparaba tortetes de escabeche
mientras el mundo era un latido muy dulce.
Y, ya la luna alta, venía doña Antonia,
la maestra, muy vieja. Nos contaba romances
del Cid y de sus nobles guerreros y de brujas
que llenaban de miedo nuestro sueño de niños.
Más tarde, ya en la cama, oíamos marcharse
a doña Antonia. Suena su bastón en la calle
y nosotros soñamos con nobles caballeros,
tan fuertes y tan justos como era nuestro padre.
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