Palo Pandolfo, la despedida imposible
En cuarenta años de carrera, el artista dejó caer diamantes en forma de canciones y poemas. Su muerte es otra pincelada negrísima en una era siniestra.
¿Cómo encontrar palabras para despedir a alguien que construyó universos con ellas? ¿Para despedirlo como corresponde? ¿Cómo se hace para arrancar la tristeza que se instaló en el alma, que agarrota los dedos que deberían volar sobre el teclado porque hay urgencia periodística pero uno no quiere escribir de eso, solo quiere recrear tantas noches, tantos antros, tantas canciones compartidas? ¿Por qué hay que creerlo, hay que decir, escribir, publicar que murió Palo?
La muerte de Palo Pandolfo es otra pincelada negrísima en esta era siniestra. El frío colectivo que se apoderó de miles de personas en la tarde del jueves, que se lanzaron a las redes esperando una desmentida, un chiste de mal gusto, da apenas una idea de lo que significó Roberto Pandolfo para la cultura. No "cultura rock", eso fue solo una de las facetas de Palo, la más notoria en los salvajes años '80, cuando el nombre Don Cornelio y La Zona se convirtió en contraseña de antros calientes, sudorosos, de brazo en alto desafiándolo todo con "¡Si ya estás en la azotea... saltá!". Pero Palo fue más que eso, lo atravesó, lo sobrevivió -porque ojo, lo de "salvajes" no es solo un término para reforzar la frase-, y siguió y amplió sus horizontes y mostró sus garras poéticas y bajó los decibeles sin resignar nunca la intensidad. Nota aquí.
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