Confesión de parte
Os lo confieso:
me da mucha vergüenza
que me llamen poeta o que yo mismo
me diga: soy poeta.
Son palabras mayores. Y que conste
que no es falsa humildad.
Intento escribir versos.
Incluso los publico
con un poco de suerte. Y poco más.
Pero no soy poeta. Ni siquiera
pertenezco a grupo alguno.
Ni tampoco
está mi nombre en alguna antología.
Por supuesto
no puedo decir que pertenezco
a una generación o a un movimiento
poético o artístico. Mis versos
no han revolucionado el mundo de las letras.
Escribo aseadito. Lo sé.
Y algunas cosas
me salen bien, tienen su gracia
y gustan, sobre todo a los amigos.
¡Qué más puedo pedir en estos tiempos!
En fin, éste soy yo.
Y me siento muy contento
cuando miro las nubes y lo cuento
o visito los bares y lo cuento,
incluso si recuerdo a una mujer,
ya polvo en mi memoria, y os lo cuento.
O sea, ya lo sabéis
si entráis al trapo
y leéis mis versos y mis cosas.
No me llamo poeta.
Yo me llamo Rodolfo y soy el hijo
de un albañil llamado Marcelino
y de una humilde mujer llamada Paca.
Soy un hombre, nada más, que ha perseguido
la belleza sin poder acariciarla.
Por eso, tal vez, por eso escribo.
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