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De repente, en un rincón perdido de esta España, que es mucho más que las grandes ciudades, descubres un amor inusitado por la literatura, por la música, por la cultura. Pimiango es un pueblecito asturiano, casi en la frontera cántabra, donde una especie de loco maravilloso ha montado una taberna librería bien especial, él se llama Esteban, con la intención de hacer actos como el que Juan Cabrera Padilla, Javier Bergia Garcia y yo protagonizamos la otra tarde. Lo montó mi querido amigo Juan, junto a Sole y Rudi, de la asociación cultural Manantial de Socueto, que habitan un lugar prodigioso, en Abándames, convertido en santuario de caballos. Y la librería de Pimiango (Esteban, Estelle, Carmen...), claro. Juan y yo hablamos de mis novelas, presentes en una mesita cercana, de la novela negra y del compromiso del escritor, ante un nutrido público atento y participativo. Acudió más gente que en la presentación que hice en mi pueblo, y vendí más libros. Se sumó generosamente Javier con un manojillo de sus lindísimas canciones. ¡Qué gusto tropezarse con esa sensibilidad que en ocasiones uno piensa que está desapareciendo de la faz de la tierra!
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