jueves, septiembre 02, 2021

Valentín Martín

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“Me gustaría que me hiciera un hueco en su agenta de amapolas y mares. Y decirle que aquel Rodolfo Serrano del pánico es un poeta ciempiés que jamás antepone un paipay a sus nietos Manuel, Pablo, Lila, Mario, Julia, Mateo y Daniel. Que hoy que tiene los mismos años que yo se arrepiente de no haber abrazado a los viejos comunistas, laicos fraternales y dispuestos. Que si un día tuvo un fusil fue para disparar amor desde que esperaba a su padre en el camino -un niño moreno y muy delgado- para festejar con sus hermanos los restos de algún pimiento frito que su padre traía en la tartera al volver del trabajo.
Usted señor alcalde, tan vividor de atavíos, podría escuchar a José María Sanz, Loquillo, y aprender de él que el vino que más emborracha es aquel que bebemos cuando estamos más solos. Pero esto se conoce si se tiene el temple de leer “El frío de los días” el último poemario de Rodolfo Serrano, un animal de pureza literaria que provoca la nostalgia de los murciélagos taciturnos o galantes.
“El frío de los días” puede ser un libro otoñal ¿y qué? Hasta los monos paran su danza epiléptica al sonido de sus versos. Y hay en los poemas un bastión de sueños, y un bastión de años, paisajes que llueven, aquellos nombres, aquellos barrios, lagartijas subiendo por la piel de las muchachas, músicas sofocadas, lujurias de noviembres, y ningún extranjero.
Rodolfo Serrano, el arrabal que aterrorizaba a un ministro pamemo, es este que se ve en el libro, un hombre que se pasó la vida enamorando farolas, bares y calles. Aquí asoma sus silencios a las ventanas. Para enseñarlos. Y si la eternidad concluyese en él no pasaría nada. Largo es el sendero de su crepúsculo, lleno de niños, de incendios y de cosas.”
(Del libro DE MADRID AL LIMBO editado por Lastura con prólogo de JOSÉ LUIS FERRIS)



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