Poesía en los bordes: Rodolfo Serrano
Cuando me acerco a cualquier ensayo o antología que trata de un determinado período de nuestra historia literaria, siempre pienso en las zonas de sombra, en las esquinas perdidas, en los bordes… Es decir, en los que no están, en los que son nombrados de paso, en los olvidados o excluidos, en los que llevan largos años escribiendo con rigor y con un alto nivel de calidad sin que ese empeño conlleve la atención de críticos o académicos. Rodolfo Serrano nació en 1947. Ha sido periodista (sigue siendo, porque ser periodista es una vocación con la que se convive hasta el final) y, de haber encontrado ubicación en la categorizaciones generacionales o grupales al uso, estaría entre los más jóvenes de los novísimos y los mayores de la generación de los ochenta, para que nos situemos.
He leído, en el último mes, El frío de los días y he confirmado las sensaciones que me invadieron cuando leí su poemario anterior, Un cadillac de segunda mano. Que el poeta es consciente de la servidumbre arriba apuntada es un hecho. Lo refleja, con un tono cómplice y hasta cierto punto escéptico y no carente de ironía, en un fragmento del poema «Una llamada» de su último libro: «No tengo premios ni flores naturales. / Y mis poemas cualquiera puede usarlos, / si le sirven. Tampoco valen mucho. / No me admiten ni en ciertas camarillas / ni en tertulias y clubes literarios». Por tanto, Rodolfo Serrano puede ser considerado como poeta ocupante, con algunos otros autores de calidad, de esa esquina opaca en la que quedan los poetas fuera de clasificación, los que, por haber cultivado otros géneros o ser conocidos por labores no específicamente líricas, quedan fuera de los recuentos, de las familias, del canon. Nota aquí.
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