SESENTA DÍAS LLOVIENDO
Cuando los días de mal tiempo
se prolongan durante meses
—nada extraño en San Sebastián,
por ejemplo— suele ser
conveniente vigilarlos de cerca,
estar atentos a lo que nos dicen,
prestar mucha atención a cómo nos afectan.
Existe un tipo muy venenoso de tristeza
que, camuflado entre estos días,
coloniza lentamente tu alma,
para luego, desde allí, lanzar
sus huestes contra tu cuerpo,
a fin de irlo desmotivando poco a poco,
hasta esa mañana en la que al levantarte
no sabes bien qué es lo que te sucede
pero sabes que te sucede algo,
porque no tienes fuerzas para nada,
como no sea arrimarte al cristal
y ver allí enfrente el humo de las chimeneas.
Si tienes suerte, en cuestión de semanas,
los días luminosos de la primavera
aventarán esos miasmas de tu espíritu
y te insuflarán nuevo vigor en los huesos,
rescatándote otra vez para la vida.
Si no, pasarás a formar parte
de ese ejército triste, maltrecho,
de almas perdidas, a la deriva,
que vemos a todas horas por las calles.
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