CANTO DE AMANECER
Un silente trasiego
que podría pasar por muerte
enfría el musgo en la roca
que pernocta en el planeta.
Ese canto nocturno y solitario
reclama en un dialecto ancestral
el rayo de un sol
que ya levanta el vuelo
tras el horizonte.
Son las siete horas y veintiocho minutos de una mañana cualquiera de un mes de agosto.
Pudiera decirse
que cada ser humano que ahora despierta
le debe a ese insecto,
a su canción constante,
el nuevo día
en una relación causa efecto
imprevista y extraña,
pero cierta.
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